miércoles, 17 de marzo de 2010

EDITORIAL

Hace unos días pudimos ver una película que –creemos- permite reflexionar acerca de cómo hay que proceder respecto de los adversarios aun cuando se tiene la razón. En “Invictus”, el último film dirigido por Clint Eastwood, queda plasmado cómo actuó Nelson Mandela (interpretado por Morgan Freeman) ante la minoría blanca que manejó décadas el país, una vez que fue electo Presidente de Sudáfrica mediante el voto universal. Mandela estuvo casi 30 años preso por luchar contra el apartheid, el sistema de segregación racial que establecía, entre otras cosas, que había un transporte para blancos y otro para negros, diferentes accesos a los edificios públicos para unos y otros, sitios específicos donde personas de cada raza debían establecerse y derecho al voto para blancos y no para negros, por mencionar sólo algunos ejemplos. Sin embargo, a pesar de haber soportado tantas terribles formas de discriminación y –reiteramos- casi 30 años de prisión donde fue sometido a trabajos forzados, Mandela no tuvo, una vez Presidente, una actitud revanchista. Por el contrario, y a pesar de la reprobación inicial de muchos de sus seguidores, la película narra cómo el mandatario entendió que no podía derrumbar todo lo que los blancos habían construido en su país. Uno de los instrumentos que utiliza para lograr la integración social, y que es el que precisamente toma el largometraje, es el equipo nacional de rugby, los “Springboks”,aun cuando eran, hasta ese entonces, uno de los representantes más directos de la raza blanca. El plan de Mandela era lograr que todos los sudafricanos se sintieran identificados con su equipo de rugby. Hasta 1995, año en el que se realizó el Mundial de ese deporte en el país que ahora será anfitrión del Mundial de Fútbol, la población negra acompañaba emocionalmente a todo aquel que se enfrentara a los “Springboks” sólo para demostrar su rechazo al apartheid. El Presidente propuso, entonces, que el equipo vaya a los barrios más pobres de las ciudades, y que interactúe con los niños negros. Los resultados fueron sorprendentes: una nación dividida por la raza y que parecía irreconciliable, logra una inédita integración.

Una frase impactante que se escucha en la película hace referencia a que, para ser un gran país, Sudáfrica iba a necesitar de todos, incluso de quienes habían cometido terribles injusticias. Esa nación, que se estaba refundando, no podía darse el lujo de dejar afuera a nadie, máxime si esa minoría era la propietaria de la enorme mayoría de las riquezas.

Esta forma de actuar demostrada por el líder sudafricano, ¿podrá trasladarse a nuestra realidad? ¿Somos tan distintos como sociedad que las soluciones a nuestras diferencias no pueden tomar este modelo? Es cierto que cuando se hace un análisis social no siempre es correcto trasladar lo que ocurre en un grupo de personas a otro. Pero, sin llegar a eso, ¿también es imposible pensar en copiar algunas pocas ideas que resultaron exitosas?

Desde diciembre del año pasado, la oposición política argentina domina el Congreso de la Nación. Le ganó de forma legítima al kirchnerismo y eso le aseguró mayoría en ambas cámaras. No obstante, en vez de comportarse de manera diferente a como lo hace el oficialismo, utilizó su misma lógica. Impuso el número casi sin posibilidad de debatir nada, aun cuando la gente votó un cambio respecto a las actitudes autoritarias que caracterizaron al gobierno nacional en los últimos años. Hoy, en muchos aspectos, los principales líderes de la oposición son tan autoritarios como lo es Néstor Kirchner. Actúan de forma revanchista en vez de demostrar que son mejores que su oponente.

En Las Varillas, quienes ahora gobiernan los principales centros del poder local, parecen seguir estando prisioneros de los prejuicios de sus partidos políticos, de sus ideologías o hasta de rencores personales frente a sus adversarios. Cabe entonces hacerse una pregunta: Si después de décadas de una terrible segregación racial, social y económica, los sudafricanos entendieron que en una nación todos deben estar incluidos, y lograron volver a dialogar enemigos aparentemente irreconciliables, ¿cuáles son las insalvables diferencias que separan a nuestros dirigentes políticos y sociales que les impiden emprender un proyecto conjunto? Cualquier pelea, descalificación, y hasta imputación, ¿es tan poderosa como para que ninguno se anime a convocar a los otros para encontrar las soluciones que, aun hoy, los vecinos esperan?